No puedo describir con palabras lo que sentía. << ¿Qué ha pasado?>> me preguntaba. En unos minutos había perseguido un gato, mejor dicho, dos gatos (uno de ellos el mío, Darwin), había allanado una morada, me había tropezado con un chico semidesnudo y, lo más confuso de todo, me había teletransportado inexplicablemente de una puerta a otra, si es que se le podía llamar así. Esto solo podía significar dos cosas: o bien había perdido la cabeza, o se trataba de otro de mis sueños.

Pero algo no encajaba, por más vueltas que le daba, aquello no tenía pinta de ser un sueño, todo era demasiado real. Podía recordar perfectamente todo lo ocurrido en esa mañana y cómo había llegado a la casa. Y por ello, no podía ser un sueño porque cuando soñamos nunca venimos de ningún lugar, siempre aparecemos ahí en medio del sueño sin poder recordar cómo hemos llegado.

Entonces escuché unos pasos y salí al pasadizo. Él bajaba por unas escaleras que había al fondo de este. Ahora ya podía observarle con más tranquilidad que en la ocasión anterior, pues apenas dirigí la mirada hacia él. Casi desnudo como se encontraba me daba vergüenza pero… ¿A quién no se la hubiera dado en semejante situación?

Le inspeccioné de arriba abajo. Aún tenía el cabello oscuro y mojado, por lo que adiviné que su tono sería un poco más claro, tal vez un tono café oscuro. Su mirada era extraña, parecía extraviada y evitaba establecer un contacto visual conmigo; sus ojos grises claros parecidos a las nubes en un día de tormenta se movían con nerviosismo de un sitio a otro, a la vez que mostraba una sonrisa de forma que sus labios quedaban tensos en posición rectangular alargándose en dirección a la orejas y pasaba su mano derecha por su cabello mientras la otra estaba en el bolsillo delantero del pantalón.

– Disculpa, por la tardanza… Emm… Vaya, no sé por dónde empezar… ¿Nos sentamos?- preguntó John señalando hacia el salón.

Él fue delante y yo le seguí. Hizo un ademán con la mano derecha indicando que me sentara en una silla situada delante de lo que debía ser la mesa del té, era una mesa no muy acorde con esta época, tal vez de hace dos o tres siglos. Ambos nos sentamos y empezó con la típica pregunta de cortesía:

– ¿Quieres tomar algo?… – la siguiente fue un poco más extraña dado el lugar en que nos encontrábamos- ¿Té verde Mão Feng? Es excelente tiene un sabor muy suave y aromático…

Pero en ese momento una gata, la gata a la que había perseguido, maulló interrumpiendo su explicación sobre lo que debía ser un té chino, el nombre del cual me resultaba familiar, puesto que mi tía vivía en China e iba todos los años a hacerle una visita en la cual era obligatorio, según las normas de su casa, tomar un té en casa de los vecinos al menos una vez a la semana.

Ya, lo sé. -dirigió una mirada severa al felino y volvió a dirigirse a mí-. Esto te va a resultar un poco absurdo, el caso es…

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