Huid (John)

¡Maldito polvo! ¿Cómo se puede acumular tanto en tan pocas semanas?-me dije a mí mismo mientras limpiaba las estanterías.

Al pasar el paño levanté algo de polvo y me hizo estornudar, con tan mala suerte que me golpeé la cabeza con el estante superior y un libro cayó al suelo. Al recogerlo me percaté de que se trataba de mi libro favorito, ya no por su contenido, sino por los recuerdos que me suscitaba.

El don (Helen)

Me hallaba en un bosque frondoso. A lo lejos se oía un murmullo y a medida que avanzaba en su dirección pude ir diferenciando gritos, golpes y el crepitar de unas llamas que se anunciaban cercanas. La atmósfera era pesada y sofocante.

Siguiendo el rumor de lo que parecía ser una batalla, llegué al lugar en el que se alzaba una torre colosal que ardía intensamente. El gentío aterrorizado trataba de huir de las llamas que se alzaban amenazadoras sobre ellos, entre los cuales había incluso niños pequeños aproximadamente des de los cinco años hasta jóvenes adolescentes. Los escasos adultos que allí se hallaban trataban de protegerlos y sacarlos de la torre. Entre ellos divisé a Mão, que se dirigía hacia la parte trasera. La seguí y la llamé:

-Mão… ¿Qué es esto?… No entiendo nada -pero ella parecía no oírme.

Al llegar a su lado me percaté que ella dirigía su mirada hacia un punto del bosque. Algo se movió y una figura oscura avanzó hacia su dirección. Sus rasgos se hicieron visibles. Se trataba de un chico joven de unos veintiséis años de cabello dorado no muy largo y mirada penetrante de ojos verdes, que vestía con una túnica oscura.

– Ven conmigo. Si no lo haces tú también correrás su misma suerte. -Dijo el chico con dureza.

El rostro de Mão era una máscara de odio y sus ojos estaban empañados.

– ¿Por qué?… –preguntó ella sollozando.

– Ya lo sabes, hice un pacto. Lo hice, y ahora no puedo echarme atrás. –dijo él sin mostrar emoción alguna.

– Pero… ¿cómo has podido convertirte en un ser tan ruin? –Dijo con aspereza- Tú mismo estudiaste aquí…

– Y nunca me consideraron uno de ellos. -La interrumpió el joven- Pero ahora todo eso queda muy atrás.

– Nunca… Nunca iré contigo… -fue su única respuesta y él desapareció como si de humo se tratase.

De repente volví a estar sentada en un sofá, en un salón, mi salón. Estaba desorientada busqué con la mirada a Mão o Ania, como quisiera que se llamase, pero ya no se encontraba allí. << ¿Qué tengo que ver yo en todo esto?… ¿Ocurrió de verdad?… ¿Y… qué sitio era aquel?>>. Todas esas preguntas se aglomeraban en mi cabeza, y para ninguna era capaz de obtener una respuesta coherente.

Salí del salón en su búsqueda, pero no tarde en hallarla sentada en las escaleras del porche oteando pensativa las estrellas que empezaban a distinguirse en el horizonte.

– No entiendo nada. ¿Qué ha pasado?

– Ahora mismo no hay tiempo para explicaciones. Lo importante es que confíes en nosotros. Solo debes saber una cosa, y es que tu vida va a cambiar.

– ¿Y… ahora qué es lo que debo hacer?

– Empieza por hacer la maleta, este ya no es un lugar seguro para ti.

No muy convencida subí a mi habitación, me senté en la cama y acaricié a mi gato Darwin.

– ¿Qué crees que debería hacer?

Darwin me miró ladeando la cabeza y maulló.

– Eso no me sirve de mucha ayuda.

Cuando me disponía a levantarme y decirle a Mão que todo aquello era una locura y que no pensaba ir a ninguna parte, sentí a mis espaldas la fría mirada de la muerte que me observaba desde el rincón más oscuro de la habitación. Me di la vuelta y allí estaba el chico del cabello dorado, el mismo que había visto momentos antes, que me miraba inmóvil como si de una escultura de hielo se tratase. Alzó su mano y lanzó algo que parecía ser una bola de fuego. No obstante, alguien tiró de mí a tiempo de que pudiera esquivarla.

– Tú… -dijo él sorprendido.

– Sí, yo… ¿Me echabas de menos? –dijo Mão que había a aparecido repentinamente con aire prepotente.

Ella alzó su mano con ademán furioso y de ella salió disparada un chorro de luz que le dio de lleno al otro oponente. Sin darme tiempo a reaccionar aferró mi brazo con una mano y con la otra cogió a Darwin, y todo empezó a dar vueltas.

Confesiones (Selene)

Volví a casa sobre mis pasos, pero recorriendo el trayecto con mayor serenidad y meditando todo y cuanto me había contado. Definitivamente lo de la puerta, lo del misterioso gato… Nada, nada era mentira, o al menos nada era un sueño y… eso que me había contado ¿cómo era posible?… No tenía sentido… nada lo tenía… Según John, así se llamaba el chico, un “hechicero” pretendía acabar conmigo porque así se le había ordenado. Todavía esperaba que saliesen unos hombres y dijeran:

– ¡Ha sido usted víctima de una cámara oculta! Sonría, está usted saliendo en directo.

Llegué a casa, abrí la puerta y solté a Darwin que corrió veloz para ocupar el sillón del que se adueñó cuando solo era un gatito de unos tres meses.

Fui también al salón, me senté en mi cómodo sofá negro triplaza y dirigí mi mirada hacia delante. En el televisor podía observar a una chica con el pelo castaño, largo y algo despeinado y unos ojos castaños claros que destacaban como dos almendras en la pantalla oscura del televisor, los cuales reflejan ausencia, cansancio y confusión.
<< Vaya pintas llevas>> me dije a mí misma.

Acto seguido me tumbé y recordé el resto de la conversación. Me dijo que debía confiar en él y trató de convencerme para que me quedara allí en su casa, ya que según él allí estaba a salvo. << ¿Pero cómo voy a confiar en él? Le acabo de conocer… ¿No?>> me preguntaba repetidas veces, pero por más que intentaba convencerme había en él algo que me resultaba familiar. Cerré los ojos apretándolos con tanta fuerza que me hice daño. Traté de recordar la imagen del chico… << ¿Dónde? ¿Dónde lo he visto antes?>>… Entonces lo recordé… << ¡Los sueños!… El chico de ojos grises… ¿Pero, cómo? ¿Cómo puede ser? ¿Lo habré visto antes? Y de ser así, ¿cuándo?>> Todas esas preguntas se arremolinaban en mi mente, de forma que cada pregunta suscitaba otra nueva sin haber respondido a la anterior.

Entonces alguien llamó, me levanté con suavidad y me dirigí a la puerta vacilando a cada paso. Miré por la mirilla. Una chica joven de unos 25 años con el pelo largo azabache hasta la cintura, facciones finas, nariz pequeña y ojos gatunos de un color semejante al ámbar que casi daban la impresión de ser amarillos, esperaba tranquilamente en el umbral de mi casa. <<¿Quién puede ser?>> me pregunté extrañada. Abrí.

– Hola, soy Ania -ante mi asombro prosiguió- Soy la amiga de la que te habló John, bueno él me llama Mão… ¿Recuerdas?

– ¡¿Mão, la gata negra?!- dije con una voz que sonó desconcertada.

Entonces retrocedí dos pasos, con tan mala suerte que perdí el equilibrio. Todo se oscureció…
……………………………………………………………

Me desperté desorientada ¿Dónde estaba?… ¿Mi casa? Giré la cabeza y ante mí vi unos ojos amarillos…

– ¡¡Ah!! -y me posicioné sentada apartándome de esos extraños ojos.

– Tranquila -dijo con una cálida sonrisa y posando su mano sobre mi hombro- me tomé la libertad de pasar ¿no te importa, verdad?… Bonita casa, ¿te la regaló tu papá cuando te independizaste?

– ¿Cómo…?

– Lo sé todo sobre ti. Tu padre solo fue un amor de verano, una noche loca o, tal vez tres. En cualquier caso, él metió la pata, engañó a su mujer con tu madre, tu madre solo fue una amante y tú el resultado de un adulterio… Pero tranquila, mírate, una cuenta de ahorros con ingresos elevados, una bonita casa, un pedazo de coche, una plaza en una universidad prestigiosa y el preciado tesoro con el que sueñan todos los jóvenes de tu edad: la independencia. En cambio, yo con cinco años fui echada de mi casa. ¿La culpa? El repentino cambio del color de mis ojos y, como no, el hecho de que yo fuese una bruja. Antes eran azules, ¿sabes?, como los de mi madre…. Por cierto ¿me dejas darme un baño?… Digamos que John… me ha echado de casa… Ya ves, no sirvo ni de mascota… -dijo sonriendo.

Asentí atónita ante tal repentina e inesperada confesión. En otra ocasión semejantes palabras podrían haberme ofendido, pero no fue el caso. Ni siquiera supe que responder.

Todo aquello era verdad. Aquel hombre al que ni siquiera consideraba mi padre había pagado toda mi manutención desde el día en que nací, aun cuando mi madre se negó a aceptarlo al descubrir que se trataba de un hombre casado. La había engañado a ella y había engañado a su mujer. Pero finalmente, mi madre acabó cediendo, ya que su situación económica era bastante decadente.

Luego, tras la muerte de mi madre, a mis diecisiete años, ese hombre se presentó en su funeral (fue la primera y última vez que le vi) y me propuso comprarme una casa y pagar mis estudios insistiendo que era responsabilidad suya. Acepté con la condición de que como mínimo le devolvería la suma de dinero que había pagado por la casa.

Esto no es un sueño (Selene)

No puedo describir con palabras lo que sentía. << ¿Qué ha pasado?>> me preguntaba. En unos minutos había perseguido un gato, mejor dicho, dos gatos (uno de ellos el mío, Darwin), había allanado una morada, me había tropezado con un chico semidesnudo y, lo más confuso de todo, me había teletransportado inexplicablemente de una puerta a otra, si es que se le podía llamar así. Esto solo podía significar dos cosas: o bien había perdido la cabeza, o se trataba de otro de mis sueños.

Pero algo no encajaba, por más vueltas que le daba, aquello no tenía pinta de ser un sueño, todo era demasiado real. Podía recordar perfectamente todo lo ocurrido en esa mañana y cómo había llegado a la casa. Y por ello, no podía ser un sueño porque cuando soñamos nunca venimos de ningún lugar, siempre aparecemos ahí en medio del sueño sin poder recordar cómo hemos llegado.

Entonces escuché unos pasos y salí al pasadizo. Él bajaba por unas escaleras que había al fondo de este. Ahora ya podía observarle con más tranquilidad que en la ocasión anterior, pues apenas dirigí la mirada hacia él. Casi desnudo como se encontraba me daba vergüenza pero… ¿A quién no se la hubiera dado en semejante situación?

Le inspeccioné de arriba abajo. Aún tenía el cabello oscuro y mojado, por lo que adiviné que su tono sería un poco más claro, tal vez un tono café oscuro. Su mirada era extraña, parecía extraviada y evitaba establecer un contacto visual conmigo; sus ojos grises claros parecidos a las nubes en un día de tormenta se movían con nerviosismo de un sitio a otro, a la vez que mostraba una sonrisa de forma que sus labios quedaban tensos en posición rectangular alargándose en dirección a la orejas y pasaba su mano derecha por su cabello mientras la otra estaba en el bolsillo delantero del pantalón.

– Disculpa, por la tardanza… Emm… Vaya, no sé por dónde empezar… ¿Nos sentamos?- preguntó John señalando hacia el salón.

Él fue delante y yo le seguí. Hizo un ademán con la mano derecha indicando que me sentara en una silla situada delante de lo que debía ser la mesa del té, era una mesa no muy acorde con esta época, tal vez de hace dos o tres siglos. Ambos nos sentamos y empezó con la típica pregunta de cortesía:

– ¿Quieres tomar algo?… – la siguiente fue un poco más extraña dado el lugar en que nos encontrábamos- ¿Té verde Mão Feng? Es excelente tiene un sabor muy suave y aromático…

Pero en ese momento una gata, la gata a la que había perseguido, maulló interrumpiendo su explicación sobre lo que debía ser un té chino, el nombre del cual me resultaba familiar, puesto que mi tía vivía en China e iba todos los años a hacerle una visita en la cual era obligatorio, según las normas de su casa, tomar un té en casa de los vecinos al menos una vez a la semana.

Ya, lo sé. -dirigió una mirada severa al felino y volvió a dirigirse a mí-. Esto te va a resultar un poco absurdo, el caso es…

No estaba preparado (John)

Subí a toda prisa, con el corazón desbocado. << ¿Cómo es posible? ¿Será una casualidad? ¿Será el destino?… No, no hay destino, de eso estoy seguro>> pensé. Escasos segundos después lo comprendí, <<¿destino?… Un carajo…>>

– Mão, bola de pelo estúpida. ¿Qué has hecho?

Ania o Mão, como solía llamarla, estaba en el alfeizar con una sonrisa estúpida… ¿Sonríen los gatos?… ¿No?… Pues este sí.

Habría subido segundos antes de darme la vuelta porque no la vi allí al entrar en la habitación.

– Te dije que no, te dije que no estaba preparado. ¿Qué le digo yo ahora?

Ania entornó sus ambarinos ojos dirigiéndome una mirada de reproche. Abrí la ventana y le dejé entrar para que pudiera explicarse.

Una vez dentro transformó su cuerpo felino en el de una bella mujer con unos ojos ámbar que contrastaban con la oscuridad de su pelo que le llegaba hasta la cintura pero que casi no era visible, ya que llevaba puesto un vestido negro, un palabra de honor decía ella, aunque hoy en día sigo sin saber por qué se llama así.

– Será mejor que te pongas algo- dijo lanzándome unos vaqueros deslucidos y una camiseta negra. -No queremos que piense que eres un degenerado y se asuste todavía más- prosiguió riendo entre dientes.

– Muy graciosa, bola de pelo.

– La última vez llegamos tarde porque no te decidías, ¿lo recuerdas? –Dijo cambiando rápidamente de tema y a la ofensiva.

– ¿Me echas las culpas de lo que ese maldito amigo tuyo haya hecho? Te recuerdo que yo soy también una víctima suya. -gritó apretando sus puños.

– ¿!Amigo¡?… Dejó de ser mi amigo ya hace mucho tiempo. – Replicó iracunda. – Te recuerdo que lo que me hizo a mí es mucho peor: me quitó mi vida y mis sueños, yo solo quería una vida normal. Yo era su amiga, le quería y él me lo pago así – Entonces una lágrima cruzó su mejilla-.

Pese a su duro carácter, su faceta de chica dura se derrumbaba cuando hablamos algo que pueda recordarle a Charles.

– Oye, lo siento es que… Esto me ha pillado por sorpresa- Dije en tono de disculpa mientras me dirigía al vestidor para ponerme la ropa-.

– ¿Tienes vergüenza de mí?.. ¿No sabes que paso la mayoría del tiempo en tu alfeizar? – dijo sonriendo pícaramente de nuevo.

– Era más feliz sin saber eso.

– Bueno, Casanova, no te distraigas. Tengo un plan.

Momento inoportuno (Mão)

Paseaba por la calle de enfrente pensando en cómo atraer a Selene hacia mi perfecto plan.

En una de las ocasiones en las que dirigí mi mirada hacia la ventana de la habitación que ocupaba pude divisar el contorno de un gato. Sin duda debía ser Darwin, su gato. Y así como si nada lo vi claro, seduciría a Darwin –algo extraño para mí, pues nunca había tratado de seducir a ningún ser bajo la forma de un gato- de modo que me siguiera hasta la vieja mansión, y tras él, Selene.

Me subí con un ágil movimiento a un árbol, y luego al alfeizar que daba a la ventana de la habitación. Fue bastante fácil, pues ya llevaba muchos años de práctica bajo esta forma. Le miré fijamente y con un solo maullido conseguí llamar su atención. El gato me devolvió la mirada y acto seguido empezó a seguirme. Mi plan iba según lo previsto, ahora solo faltaba llamar la atención de Selene, así que salte al interior de la habitación y recorrí la casa en dirección a la planta baja, donde ella estaba tomando el desayuno.

Todo salió a pedir de boca, ella estaba sola y logré captar su atención. Ahora solo faltaba la parte más difícil: conseguir salir de la casa, pues no había pensado todavía en ello. Por suerte, una de las ventanas que daban al exterior estaba abierta, así que salí precipitadamente de la casa con Darwin detrás de mí y, como era de suponer, Selene corrió detrás de nosotros saliendo por la puerta principal y cerrando con llave, lo que me proporcionó suficiente ventaja.

Después de cruzar varias manzanas llegamos a las afueras que no estaban muy lejos, a unos escasos 5 minutos -a aquella velocidad-. Divisé la mansión y recorrí un pequeño tramo de bosque hasta llegar a ella. Entré en ella por la puerta que se hallaba entreabierta, luego la despisté por el interior de la casa y salí para concluir el plan utilizando un hechizo que aprendí en mis años de aprendiz que consistía en sellar las salidas de forma que cuando cruzara por alguna de las salidas de la casa (puertas, ventanas e incluso la chimenea) entraría por cualquier otra entrada de la misma. Estaba completamente atrapada.

<<Un plan perfecto, sin contratiempos y breve, toda una obra maestra>> me dije a mí misma.

Me subí por la parte externa de la ventana y observé. Ella se había quedado en mitad del salón dudando sobre qué debía hacer. Darwin se había perdido por dentro de la casa, quién sabe dónde.

Por la expresión de pánico que se dibujó en su rostro, segundos después de ver el televisor encendido, pude adivinar que aún no había reparado en que la casa estaba habitada por alguien. Se giró hacia todos los lados con la expresión de pánico aún dibujada en su rostro.

Cuando se dispuso a salir precipitadamente por la puerta que daba al recibidor se tropezó con alguien y cayó encima de él. Levantó la cabeza y observó a un chico medio desnudo con una toalla verde que le envolvía la cabeza y otra de cintura para abajo a juego con la otra. Su cara de sorpresa era idéntica a la de ella, y eso que le había avisado de que pronto la traería.

Después de treinta segundos sin reaccionar, él se levantó y se quitó la toalla de la cabeza, dejando a la vista su cabello castaño oscuro que le llegaba casi hasta la barbilla. Sus ojos grises la miraban con cierta extrañez e indecisión y, cómo no, con algo de vergüenza. ¡Vaya primer encuentro!

– Hola, soy… soy John.

– Yo Selene… yo lo siento es… el gato escapó… yo lo seguía y entró, bueno… no debería a haber entrado, no sabía que estaba ocupada…- dijo levantándose del suelo- ¿Un momento… tú eres…? ¿Nos conocemos?- dijo ya incorporada y los ceños fruncidos como si intentara recordar algo-.

– Eh… no creo. Bueno espera, me visto y te ayudo a buscarle.

– Vale… yo espero fuera- dijo ya saliendo por la puerta del recibidor que daba al exterior de la casa-.

Pero al salir por la puerta del recibidor entró por la del salón. Ella parecía desorientada, a lo que él dijo inmediatamente:

-Esto tiene una explicación.-Dijo el también asombrado por lo ocurrido-.

– ¿Seguro?

– Espera que me vista y te lo explico, de verdad… pero quédate aquí- sin decir nada más subió apresuradamente a la planta de arriba.

Ella permaneció en el salón, su rostro reflejaba una mezcla de confusión, asombro y curiosidad pero no de miedo, algo que me pareció poco común después de semejante situación. Efectivamente la curiosidad había superado con creces al miedo que pudiera experimentar en esos momentos.

Se puso a observar el gigantesco salón. Había un televisor panorámico de unas 37 pulgadas que parecía desencajar con el resto del mobiliario. Los muebles, en cambio, parecían antiguos y todos pertenecían a un mismo juego. El suelo era de madera, de un color bastante claro que contribuía a la luminosidad de la sala, y las paredes eran totalmente blancas. Al fondo había una librería de grandes dimensiones y en la esquina había un precioso piano de pared de color cobrizo. Sin duda era el piano que muchísimos años antes había pertenecido a una tal Elisabeth Lamarck cuya historia desconozco, pues a John no le gusta hablar de ello.

Peces de colores (Selene)

Eran más de la 3:20 y no conseguía conciliar el sueño, tan preocupada como estaba por Marcos. << ¿Cuándo cambiará este chico?>> me preguntaba. Finalmente me dejé llevar, el cansancio le ganó el pulso al sentimiento de preocupación que minutos antes me invadía por completo.

Me desperté en medio de una vasta llanura. Podía escuchar el agua correr a mis espaldas.

Me incorporé y me di la vuelta. A escasos metros había un hermoso y extenso río, el agua era cristalina, nada comparado con los ríos que había visto cerca de mi ciudad, donde el agua tenía un tono verdoso.

Tardé en percatarme que la ropa que llevaba puesta no era mía. Bien pensado, ni siquiera era de este siglo.

Alguien puso su mano sobre mi hombro. Fue entonces cuando me dí cuenta de que no era yo, o por lo menos no tenía el control. Era como si estuviera atrapada en un cuerpo extraño, como si yo solo fuese una marioneta y fuese otro quien moviera los hilos.

Entonces dije, o mejor dicho, dijo:

– ¡Estás aquí!… Te odio, te odio por marcharte… – pude sentir cómo una lágrima corría por su rostro o ¿mi rostro? No sabría describir muy bien aquella sensación tan extraña, y parpadeé para tratar de contener mis/sus lágrimas- Te creía muerto. ¿Cuánto tiempo te queda? ¿Qué te pidió esta vez?… – No reconocía para nada esa voz. Esa voz que provenía del cuerpo que yo ocupaba no era la mía, de eso estaba segura.

Entonces me di la vuelta. Sus grandes ojos grises me miraban con cierta tristeza. Ya no tenían esa chispa, esa chispa de vigor en su mirada, que pude observar la primera vez que le vi… ¿en el primer sueño?… ¡Vaya! decididamente era él. Esta vez sus ojos parecían sin vida, apagados como el faro que dejó de brillar porque ya no hay barcos a los que guiar en las frías aguas del mar, como si ya no hubiera lugar para la felicidad, como si ya no hubiera ni un mínimo atisbo de esperanza.

– Déjalo- Tomó mis manos con las suyas y se las llevo a sus labios, besándolas con suavidad-. Déjalo por favor… No me pasará nada, te lo prometo. Mi alma nunca será suya… ¿Y sabes por qué?… Porque es tuya, porque he venido a este mundo para amarte, para ser tuyo… Nunca me llevará con él… – dijo, y luego sonrió amargamente.

Entonces sostuvo mi rostro con sus manos y besó el oscuro pozo que dibujaban mis labios, y recorrí el espacio vacío que dejaban sus brazos. Entonces él se dejo caer hacia atrás y me llevo consigo. Ambos caímos abrazados en la hierba, y me susurró al oído:

– Tuyo, tuyo y siempre tuyo…

Me desperté de un salto al oír un gran estruendo. Salí de la habitación precipitadamente. El sonido provenía del salón.

Abrí la puerta y me encontré el suelo lleno de agua y la pecera volteada. Los peces de vivos colores chapoteaban en el agua derramada por el suelo. Supe cuál había sido la causa.

– ¡Darwin, ven aquí ahora mismo!- Pero Darwin se escondía.

Vuela

La siniestra sonrisa de la luna reflejada en la orilla de un lago iluminaba en las sombras de la noche a un niño de corta edad, de tal vez unos nueve o diez años. El niño se dejó caer sobre la hierba exhausto e impotente, y la arrancó con sus manos temblorosas mientras repetía para sí mismo:

– Nunca lo conseguiré… nunca… Soy tan débil… -las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos y su tono empezó a elevarse- Y ese imbécil de Amish hace que parezca todo taaan fácil. ¿Qué debo hacer para que ella me vea como lo ve a él?… ¡Lo odio, lo odioooo! -sus últimas palabras estallaron en un grito de ira.

El niño se levantó y dio un paso al frente, bajó la cabeza y observó su propio reflejo en la orilla del lago. Su cabello dorado estaba revuelto y sucio de polvo, sus ojos verdes estaban enrojecidos, quizá por el cansancio o por el simple hecho de haber estado llorando, o por ambas cosas. Vestía una especie de túnica de color azul oscuro. Aquellos ropajes y su aspecto le conferían una apariencia desaliñada y sombría.

-Hola, ¿qué haces? – dijo de pronto una voz infantil que lo sobresaltó.

Se dio la vuelta, una niña de su misma edad lo observaba subida en lo alto de un sauce llorón que había a escasos metros de la orilla. Los ojos ambarinos de ella lo observaban con interés y jugueteaba con una trencita que nacía en el lado derecho de su cabeza, mientras que el resto de su cabello azabache estaba completamente suelto y ondeaba con la suave brisa.

– Yo… nada…-dijo el chico titubeando.

– Sí, seguro – se burló, mostrando una sonrisa traviesa-. ¿Qué te ocurre? Llevas varios días comportándote de forma extraña…

– ¿Cómo has subido ahí arriba? – pregunto él, tratando de cambiar de tema.

– Eso da igual… Vamos, puedes confiar en mí… Somos amigos… ¿no?- dijo dedicándole una cálida mueca.

– Sí, somos amigos -sentenció con una sonrisa.

Amigos, esa era una palabra muy fuerte para él y para ella. Precisamente ella, la hechicera más destacada, destacando incluso entre los adultos más experimentados, decía ser su amiga.

– Mira, no es tan difícil -dijo con dulzura, y su cuerpo se convulsionó transformándose súbitamente en una gatita negra de hermoso pelaje.

– Para ti todo es fácil.

La gatita entornó sus ojos amarillos y bajó con sorprendente agilidad del árbol en el que se hallaba y su cuerpo volvió a convulsionarse adoptando la apariencia de la niña de diez años.

– Vamos, vuelve a intentarlo. Concéntrate, sé que puedes hacerlo.- dijo posando su mano sobre el hombro del niño, el cual se ruborizó. Se alejó unos pasos de él y prosiguió-. Deja que la energía fluya por tu cuerpo y respira profundamente. ¿Notas ese cosquilleo en la palma de tus manos?

Él no respondió, se limitó a respirar profundamente y cerró los ojos, podía sentir cómo la magia recorría todo su cuerpo, produciéndole un agradable cosquilleo. Su cuerpo empezó a convulsionarse, pero no lo consiguió, seguía teniendo la apariencia de un niño de diez años. Ella permaneció en silencio, sabía que si lo desconcentraba no sería capaz de conseguirlo.

Lejos de desanimarse, el chico volvió a intentarlo, esta vez más decidido. Debía demostrarle que él también era capaz, que no era ningún hechicero de segunda. La magia volvió a recorrer su cuerpo que se convulsionó adoptando la apariencia de un cuervo. La niña se agachó y lo cogió con dulzura entre sus manos mirándolo maravillada, era una hermosa ave de plumaje negro.

– Echa a volar -dijo sonriendo, y alzó sus manos.

El cuervo se elevó torpemente batiendo las alas, pero segundos después perdió el equilibrio y cayó al suelo. Su cuerpo se convulsionó y volvió a ser un chiquillo de diez años que estaba tumbado en el suelo. Ella lo miró con preocupación y le preguntó:

-¿Te has hecho daño?

Él negó sonriente, se levantó y se abalanzó sobre ella. Ambos perdieron el equilibrio y cayeron abrazados sobre la hierba. Él la miró con inocencia e indecisión y sin saber muy bien por qué había reaccionado así. Ella le correspondió, abrazándolo con más fuerza y con ternura.

– Sabía que lo conseguirías – susurró ella.