Paseaba por la calle de enfrente pensando en cómo atraer a Selene hacia mi perfecto plan.
En una de las ocasiones en las que dirigí mi mirada hacia la ventana de la habitación que ocupaba pude divisar el contorno de un gato. Sin duda debía ser Darwin, su gato. Y así como si nada lo vi claro, seduciría a Darwin –algo extraño para mí, pues nunca había tratado de seducir a ningún ser bajo la forma de un gato- de modo que me siguiera hasta la vieja mansión, y tras él, Selene.
Me subí con un ágil movimiento a un árbol, y luego al alfeizar que daba a la ventana de la habitación. Fue bastante fácil, pues ya llevaba muchos años de práctica bajo esta forma. Le miré fijamente y con un solo maullido conseguí llamar su atención. El gato me devolvió la mirada y acto seguido empezó a seguirme. Mi plan iba según lo previsto, ahora solo faltaba llamar la atención de Selene, así que salte al interior de la habitación y recorrí la casa en dirección a la planta baja, donde ella estaba tomando el desayuno.
Todo salió a pedir de boca, ella estaba sola y logré captar su atención. Ahora solo faltaba la parte más difícil: conseguir salir de la casa, pues no había pensado todavía en ello. Por suerte, una de las ventanas que daban al exterior estaba abierta, así que salí precipitadamente de la casa con Darwin detrás de mí y, como era de suponer, Selene corrió detrás de nosotros saliendo por la puerta principal y cerrando con llave, lo que me proporcionó suficiente ventaja.
Después de cruzar varias manzanas llegamos a las afueras que no estaban muy lejos, a unos escasos 5 minutos -a aquella velocidad-. Divisé la mansión y recorrí un pequeño tramo de bosque hasta llegar a ella. Entré en ella por la puerta que se hallaba entreabierta, luego la despisté por el interior de la casa y salí para concluir el plan utilizando un hechizo que aprendí en mis años de aprendiz que consistía en sellar las salidas de forma que cuando cruzara por alguna de las salidas de la casa (puertas, ventanas e incluso la chimenea) entraría por cualquier otra entrada de la misma. Estaba completamente atrapada.
<<Un plan perfecto, sin contratiempos y breve, toda una obra maestra>> me dije a mí misma.
Me subí por la parte externa de la ventana y observé. Ella se había quedado en mitad del salón dudando sobre qué debía hacer. Darwin se había perdido por dentro de la casa, quién sabe dónde.
Por la expresión de pánico que se dibujó en su rostro, segundos después de ver el televisor encendido, pude adivinar que aún no había reparado en que la casa estaba habitada por alguien. Se giró hacia todos los lados con la expresión de pánico aún dibujada en su rostro.
Cuando se dispuso a salir precipitadamente por la puerta que daba al recibidor se tropezó con alguien y cayó encima de él. Levantó la cabeza y observó a un chico medio desnudo con una toalla verde que le envolvía la cabeza y otra de cintura para abajo a juego con la otra. Su cara de sorpresa era idéntica a la de ella, y eso que le había avisado de que pronto la traería.
Después de treinta segundos sin reaccionar, él se levantó y se quitó la toalla de la cabeza, dejando a la vista su cabello castaño oscuro que le llegaba casi hasta la barbilla. Sus ojos grises la miraban con cierta extrañez e indecisión y, cómo no, con algo de vergüenza. ¡Vaya primer encuentro!
– Hola, soy… soy John.
– Yo Selene… yo lo siento es… el gato escapó… yo lo seguía y entró, bueno… no debería a haber entrado, no sabía que estaba ocupada…- dijo levantándose del suelo- ¿Un momento… tú eres…? ¿Nos conocemos?- dijo ya incorporada y los ceños fruncidos como si intentara recordar algo-.
– Eh… no creo. Bueno espera, me visto y te ayudo a buscarle.
– Vale… yo espero fuera- dijo ya saliendo por la puerta del recibidor que daba al exterior de la casa-.
Pero al salir por la puerta del recibidor entró por la del salón. Ella parecía desorientada, a lo que él dijo inmediatamente:
-Esto tiene una explicación.-Dijo el también asombrado por lo ocurrido-.
– ¿Seguro?
– Espera que me vista y te lo explico, de verdad… pero quédate aquí- sin decir nada más subió apresuradamente a la planta de arriba.
Ella permaneció en el salón, su rostro reflejaba una mezcla de confusión, asombro y curiosidad pero no de miedo, algo que me pareció poco común después de semejante situación. Efectivamente la curiosidad había superado con creces al miedo que pudiera experimentar en esos momentos.
Se puso a observar el gigantesco salón. Había un televisor panorámico de unas 37 pulgadas que parecía desencajar con el resto del mobiliario. Los muebles, en cambio, parecían antiguos y todos pertenecían a un mismo juego. El suelo era de madera, de un color bastante claro que contribuía a la luminosidad de la sala, y las paredes eran totalmente blancas. Al fondo había una librería de grandes dimensiones y en la esquina había un precioso piano de pared de color cobrizo. Sin duda era el piano que muchísimos años antes había pertenecido a una tal Elisabeth Lamarck cuya historia desconozco, pues a John no le gusta hablar de ello.