Huid (John)

¡Maldito polvo! ¿Cómo se puede acumular tanto en tan pocas semanas?-me dije a mí mismo mientras limpiaba las estanterías.

Al pasar el paño levanté algo de polvo y me hizo estornudar, con tan mala suerte que me golpeé la cabeza con el estante superior y un libro cayó al suelo. Al recogerlo me percaté de que se trataba de mi libro favorito, ya no por su contenido, sino por los recuerdos que me suscitaba.

El don (Helen)

Me hallaba en un bosque frondoso. A lo lejos se oía un murmullo y a medida que avanzaba en su dirección pude ir diferenciando gritos, golpes y el crepitar de unas llamas que se anunciaban cercanas. La atmósfera era pesada y sofocante.

Siguiendo el rumor de lo que parecía ser una batalla, llegué al lugar en el que se alzaba una torre colosal que ardía intensamente. El gentío aterrorizado trataba de huir de las llamas que se alzaban amenazadoras sobre ellos, entre los cuales había incluso niños pequeños aproximadamente des de los cinco años hasta jóvenes adolescentes. Los escasos adultos que allí se hallaban trataban de protegerlos y sacarlos de la torre. Entre ellos divisé a Mão, que se dirigía hacia la parte trasera. La seguí y la llamé:

-Mão… ¿Qué es esto?… No entiendo nada -pero ella parecía no oírme.

Al llegar a su lado me percaté que ella dirigía su mirada hacia un punto del bosque. Algo se movió y una figura oscura avanzó hacia su dirección. Sus rasgos se hicieron visibles. Se trataba de un chico joven de unos veintiséis años de cabello dorado no muy largo y mirada penetrante de ojos verdes, que vestía con una túnica oscura.

– Ven conmigo. Si no lo haces tú también correrás su misma suerte. -Dijo el chico con dureza.

El rostro de Mão era una máscara de odio y sus ojos estaban empañados.

– ¿Por qué?… –preguntó ella sollozando.

– Ya lo sabes, hice un pacto. Lo hice, y ahora no puedo echarme atrás. –dijo él sin mostrar emoción alguna.

– Pero… ¿cómo has podido convertirte en un ser tan ruin? –Dijo con aspereza- Tú mismo estudiaste aquí…

– Y nunca me consideraron uno de ellos. -La interrumpió el joven- Pero ahora todo eso queda muy atrás.

– Nunca… Nunca iré contigo… -fue su única respuesta y él desapareció como si de humo se tratase.

De repente volví a estar sentada en un sofá, en un salón, mi salón. Estaba desorientada busqué con la mirada a Mão o Ania, como quisiera que se llamase, pero ya no se encontraba allí. << ¿Qué tengo que ver yo en todo esto?… ¿Ocurrió de verdad?… ¿Y… qué sitio era aquel?>>. Todas esas preguntas se aglomeraban en mi cabeza, y para ninguna era capaz de obtener una respuesta coherente.

Salí del salón en su búsqueda, pero no tarde en hallarla sentada en las escaleras del porche oteando pensativa las estrellas que empezaban a distinguirse en el horizonte.

– No entiendo nada. ¿Qué ha pasado?

– Ahora mismo no hay tiempo para explicaciones. Lo importante es que confíes en nosotros. Solo debes saber una cosa, y es que tu vida va a cambiar.

– ¿Y… ahora qué es lo que debo hacer?

– Empieza por hacer la maleta, este ya no es un lugar seguro para ti.

No muy convencida subí a mi habitación, me senté en la cama y acaricié a mi gato Darwin.

– ¿Qué crees que debería hacer?

Darwin me miró ladeando la cabeza y maulló.

– Eso no me sirve de mucha ayuda.

Cuando me disponía a levantarme y decirle a Mão que todo aquello era una locura y que no pensaba ir a ninguna parte, sentí a mis espaldas la fría mirada de la muerte que me observaba desde el rincón más oscuro de la habitación. Me di la vuelta y allí estaba el chico del cabello dorado, el mismo que había visto momentos antes, que me miraba inmóvil como si de una escultura de hielo se tratase. Alzó su mano y lanzó algo que parecía ser una bola de fuego. No obstante, alguien tiró de mí a tiempo de que pudiera esquivarla.

– Tú… -dijo él sorprendido.

– Sí, yo… ¿Me echabas de menos? –dijo Mão que había a aparecido repentinamente con aire prepotente.

Ella alzó su mano con ademán furioso y de ella salió disparada un chorro de luz que le dio de lleno al otro oponente. Sin darme tiempo a reaccionar aferró mi brazo con una mano y con la otra cogió a Darwin, y todo empezó a dar vueltas.

Una vida de ocupa (Mão)

El agua me cubría casi por completo dejando al descubierto mi rostro. El vapor inundaba el baño, provocando una cálida sensación de placidez. Me percaté de la presencia de un interruptor y lo pulsé, accionando el hidromasaje. Estaba a punto de quedarme dormida cuando se entreabrió la puerta y pasó Darwin, que me observaba con la cabeza ladeada.

– No me mires así. No es nada personal, pero aunque eres muy mono me van más los hombres -dije haciéndole una mueca.

Salí de la ducha envuelta con la primera toalla que encontré y pregunté a gritos:

– ¿Qué hay de cena?

– Pediremos una pizza. -dijo entre suspiros, tal vez molesta por mi presencia.

– Pídela sin atún. A John cuando le pedía comida me sacaba una lata de atún… Al principio tenía gracia pero terminé cansándome de sus bromitas.

– ¿La prefieres de salmón? -dijo en tono burlesco, pero no amistoso.

************************************************
Mientras cenábamos, a eso de la 8:00 de la tarde, Selene dijo inesperadamente mientras cogía un trozo de pizza:

– Si tú eras la gata, habrás oído la conversación… ¿no?

Asentí lentamente desconfiando hacia dónde estaba tratando de llevar la conversación, y aclaré:

– Cuando soy gata soy totalmente consciente de lo que hago o escucho.

– ¿Es verdad que corro peligro? -preguntó dirigiéndome una mirada inquisitiva, y luego añadió mostrando un semblante serio- ¿O está tarado ese amigo tuyo?

Tardé un poco en responder, pues trataba de encontrar la forma de hacerle entender de que aquello no era ninguna broma y que íbamos muy en serio. Lo medité durante un instante. Era cruel, pero sabía que era la mejor forma de convencerla. Si su don se había desarrollado tanto como creía sería capaz de ver aquello que yo quería mostrarle. Le tendí mi mano y dije con un semblante grave:
¿De verdad quieres saberlo?…

Confesiones (Selene)

Volví a casa sobre mis pasos, pero recorriendo el trayecto con mayor serenidad y meditando todo y cuanto me había contado. Definitivamente lo de la puerta, lo del misterioso gato… Nada, nada era mentira, o al menos nada era un sueño y… eso que me había contado ¿cómo era posible?… No tenía sentido… nada lo tenía… Según John, así se llamaba el chico, un “hechicero” pretendía acabar conmigo porque así se le había ordenado. Todavía esperaba que saliesen unos hombres y dijeran:

– ¡Ha sido usted víctima de una cámara oculta! Sonría, está usted saliendo en directo.

Llegué a casa, abrí la puerta y solté a Darwin que corrió veloz para ocupar el sillón del que se adueñó cuando solo era un gatito de unos tres meses.

Fui también al salón, me senté en mi cómodo sofá negro triplaza y dirigí mi mirada hacia delante. En el televisor podía observar a una chica con el pelo castaño, largo y algo despeinado y unos ojos castaños claros que destacaban como dos almendras en la pantalla oscura del televisor, los cuales reflejan ausencia, cansancio y confusión.
<< Vaya pintas llevas>> me dije a mí misma.

Acto seguido me tumbé y recordé el resto de la conversación. Me dijo que debía confiar en él y trató de convencerme para que me quedara allí en su casa, ya que según él allí estaba a salvo. << ¿Pero cómo voy a confiar en él? Le acabo de conocer… ¿No?>> me preguntaba repetidas veces, pero por más que intentaba convencerme había en él algo que me resultaba familiar. Cerré los ojos apretándolos con tanta fuerza que me hice daño. Traté de recordar la imagen del chico… << ¿Dónde? ¿Dónde lo he visto antes?>>… Entonces lo recordé… << ¡Los sueños!… El chico de ojos grises… ¿Pero, cómo? ¿Cómo puede ser? ¿Lo habré visto antes? Y de ser así, ¿cuándo?>> Todas esas preguntas se arremolinaban en mi mente, de forma que cada pregunta suscitaba otra nueva sin haber respondido a la anterior.

Entonces alguien llamó, me levanté con suavidad y me dirigí a la puerta vacilando a cada paso. Miré por la mirilla. Una chica joven de unos 25 años con el pelo largo azabache hasta la cintura, facciones finas, nariz pequeña y ojos gatunos de un color semejante al ámbar que casi daban la impresión de ser amarillos, esperaba tranquilamente en el umbral de mi casa. <<¿Quién puede ser?>> me pregunté extrañada. Abrí.

– Hola, soy Ania -ante mi asombro prosiguió- Soy la amiga de la que te habló John, bueno él me llama Mão… ¿Recuerdas?

– ¡¿Mão, la gata negra?!- dije con una voz que sonó desconcertada.

Entonces retrocedí dos pasos, con tan mala suerte que perdí el equilibrio. Todo se oscureció…
……………………………………………………………

Me desperté desorientada ¿Dónde estaba?… ¿Mi casa? Giré la cabeza y ante mí vi unos ojos amarillos…

– ¡¡Ah!! -y me posicioné sentada apartándome de esos extraños ojos.

– Tranquila -dijo con una cálida sonrisa y posando su mano sobre mi hombro- me tomé la libertad de pasar ¿no te importa, verdad?… Bonita casa, ¿te la regaló tu papá cuando te independizaste?

– ¿Cómo…?

– Lo sé todo sobre ti. Tu padre solo fue un amor de verano, una noche loca o, tal vez tres. En cualquier caso, él metió la pata, engañó a su mujer con tu madre, tu madre solo fue una amante y tú el resultado de un adulterio… Pero tranquila, mírate, una cuenta de ahorros con ingresos elevados, una bonita casa, un pedazo de coche, una plaza en una universidad prestigiosa y el preciado tesoro con el que sueñan todos los jóvenes de tu edad: la independencia. En cambio, yo con cinco años fui echada de mi casa. ¿La culpa? El repentino cambio del color de mis ojos y, como no, el hecho de que yo fuese una bruja. Antes eran azules, ¿sabes?, como los de mi madre…. Por cierto ¿me dejas darme un baño?… Digamos que John… me ha echado de casa… Ya ves, no sirvo ni de mascota… -dijo sonriendo.

Asentí atónita ante tal repentina e inesperada confesión. En otra ocasión semejantes palabras podrían haberme ofendido, pero no fue el caso. Ni siquiera supe que responder.

Todo aquello era verdad. Aquel hombre al que ni siquiera consideraba mi padre había pagado toda mi manutención desde el día en que nací, aun cuando mi madre se negó a aceptarlo al descubrir que se trataba de un hombre casado. La había engañado a ella y había engañado a su mujer. Pero finalmente, mi madre acabó cediendo, ya que su situación económica era bastante decadente.

Luego, tras la muerte de mi madre, a mis diecisiete años, ese hombre se presentó en su funeral (fue la primera y última vez que le vi) y me propuso comprarme una casa y pagar mis estudios insistiendo que era responsabilidad suya. Acepté con la condición de que como mínimo le devolvería la suma de dinero que había pagado por la casa.

Esto no es un sueño (Selene)

No puedo describir con palabras lo que sentía. << ¿Qué ha pasado?>> me preguntaba. En unos minutos había perseguido un gato, mejor dicho, dos gatos (uno de ellos el mío, Darwin), había allanado una morada, me había tropezado con un chico semidesnudo y, lo más confuso de todo, me había teletransportado inexplicablemente de una puerta a otra, si es que se le podía llamar así. Esto solo podía significar dos cosas: o bien había perdido la cabeza, o se trataba de otro de mis sueños.

Pero algo no encajaba, por más vueltas que le daba, aquello no tenía pinta de ser un sueño, todo era demasiado real. Podía recordar perfectamente todo lo ocurrido en esa mañana y cómo había llegado a la casa. Y por ello, no podía ser un sueño porque cuando soñamos nunca venimos de ningún lugar, siempre aparecemos ahí en medio del sueño sin poder recordar cómo hemos llegado.

Entonces escuché unos pasos y salí al pasadizo. Él bajaba por unas escaleras que había al fondo de este. Ahora ya podía observarle con más tranquilidad que en la ocasión anterior, pues apenas dirigí la mirada hacia él. Casi desnudo como se encontraba me daba vergüenza pero… ¿A quién no se la hubiera dado en semejante situación?

Le inspeccioné de arriba abajo. Aún tenía el cabello oscuro y mojado, por lo que adiviné que su tono sería un poco más claro, tal vez un tono café oscuro. Su mirada era extraña, parecía extraviada y evitaba establecer un contacto visual conmigo; sus ojos grises claros parecidos a las nubes en un día de tormenta se movían con nerviosismo de un sitio a otro, a la vez que mostraba una sonrisa de forma que sus labios quedaban tensos en posición rectangular alargándose en dirección a la orejas y pasaba su mano derecha por su cabello mientras la otra estaba en el bolsillo delantero del pantalón.

– Disculpa, por la tardanza… Emm… Vaya, no sé por dónde empezar… ¿Nos sentamos?- preguntó John señalando hacia el salón.

Él fue delante y yo le seguí. Hizo un ademán con la mano derecha indicando que me sentara en una silla situada delante de lo que debía ser la mesa del té, era una mesa no muy acorde con esta época, tal vez de hace dos o tres siglos. Ambos nos sentamos y empezó con la típica pregunta de cortesía:

– ¿Quieres tomar algo?… – la siguiente fue un poco más extraña dado el lugar en que nos encontrábamos- ¿Té verde Mão Feng? Es excelente tiene un sabor muy suave y aromático…

Pero en ese momento una gata, la gata a la que había perseguido, maulló interrumpiendo su explicación sobre lo que debía ser un té chino, el nombre del cual me resultaba familiar, puesto que mi tía vivía en China e iba todos los años a hacerle una visita en la cual era obligatorio, según las normas de su casa, tomar un té en casa de los vecinos al menos una vez a la semana.

Ya, lo sé. -dirigió una mirada severa al felino y volvió a dirigirse a mí-. Esto te va a resultar un poco absurdo, el caso es…

No estaba preparado (John)

Subí a toda prisa, con el corazón desbocado. << ¿Cómo es posible? ¿Será una casualidad? ¿Será el destino?… No, no hay destino, de eso estoy seguro>> pensé. Escasos segundos después lo comprendí, <<¿destino?… Un carajo…>>

– Mão, bola de pelo estúpida. ¿Qué has hecho?

Ania o Mão, como solía llamarla, estaba en el alfeizar con una sonrisa estúpida… ¿Sonríen los gatos?… ¿No?… Pues este sí.

Habría subido segundos antes de darme la vuelta porque no la vi allí al entrar en la habitación.

– Te dije que no, te dije que no estaba preparado. ¿Qué le digo yo ahora?

Ania entornó sus ambarinos ojos dirigiéndome una mirada de reproche. Abrí la ventana y le dejé entrar para que pudiera explicarse.

Una vez dentro transformó su cuerpo felino en el de una bella mujer con unos ojos ámbar que contrastaban con la oscuridad de su pelo que le llegaba hasta la cintura pero que casi no era visible, ya que llevaba puesto un vestido negro, un palabra de honor decía ella, aunque hoy en día sigo sin saber por qué se llama así.

– Será mejor que te pongas algo- dijo lanzándome unos vaqueros deslucidos y una camiseta negra. -No queremos que piense que eres un degenerado y se asuste todavía más- prosiguió riendo entre dientes.

– Muy graciosa, bola de pelo.

– La última vez llegamos tarde porque no te decidías, ¿lo recuerdas? –Dijo cambiando rápidamente de tema y a la ofensiva.

– ¿Me echas las culpas de lo que ese maldito amigo tuyo haya hecho? Te recuerdo que yo soy también una víctima suya. -gritó apretando sus puños.

– ¿!Amigo¡?… Dejó de ser mi amigo ya hace mucho tiempo. – Replicó iracunda. – Te recuerdo que lo que me hizo a mí es mucho peor: me quitó mi vida y mis sueños, yo solo quería una vida normal. Yo era su amiga, le quería y él me lo pago así – Entonces una lágrima cruzó su mejilla-.

Pese a su duro carácter, su faceta de chica dura se derrumbaba cuando hablamos algo que pueda recordarle a Charles.

– Oye, lo siento es que… Esto me ha pillado por sorpresa- Dije en tono de disculpa mientras me dirigía al vestidor para ponerme la ropa-.

– ¿Tienes vergüenza de mí?.. ¿No sabes que paso la mayoría del tiempo en tu alfeizar? – dijo sonriendo pícaramente de nuevo.

– Era más feliz sin saber eso.

– Bueno, Casanova, no te distraigas. Tengo un plan.

Momento inoportuno (Mão)

Paseaba por la calle de enfrente pensando en cómo atraer a Selene hacia mi perfecto plan.

En una de las ocasiones en las que dirigí mi mirada hacia la ventana de la habitación que ocupaba pude divisar el contorno de un gato. Sin duda debía ser Darwin, su gato. Y así como si nada lo vi claro, seduciría a Darwin –algo extraño para mí, pues nunca había tratado de seducir a ningún ser bajo la forma de un gato- de modo que me siguiera hasta la vieja mansión, y tras él, Selene.

Me subí con un ágil movimiento a un árbol, y luego al alfeizar que daba a la ventana de la habitación. Fue bastante fácil, pues ya llevaba muchos años de práctica bajo esta forma. Le miré fijamente y con un solo maullido conseguí llamar su atención. El gato me devolvió la mirada y acto seguido empezó a seguirme. Mi plan iba según lo previsto, ahora solo faltaba llamar la atención de Selene, así que salte al interior de la habitación y recorrí la casa en dirección a la planta baja, donde ella estaba tomando el desayuno.

Todo salió a pedir de boca, ella estaba sola y logré captar su atención. Ahora solo faltaba la parte más difícil: conseguir salir de la casa, pues no había pensado todavía en ello. Por suerte, una de las ventanas que daban al exterior estaba abierta, así que salí precipitadamente de la casa con Darwin detrás de mí y, como era de suponer, Selene corrió detrás de nosotros saliendo por la puerta principal y cerrando con llave, lo que me proporcionó suficiente ventaja.

Después de cruzar varias manzanas llegamos a las afueras que no estaban muy lejos, a unos escasos 5 minutos -a aquella velocidad-. Divisé la mansión y recorrí un pequeño tramo de bosque hasta llegar a ella. Entré en ella por la puerta que se hallaba entreabierta, luego la despisté por el interior de la casa y salí para concluir el plan utilizando un hechizo que aprendí en mis años de aprendiz que consistía en sellar las salidas de forma que cuando cruzara por alguna de las salidas de la casa (puertas, ventanas e incluso la chimenea) entraría por cualquier otra entrada de la misma. Estaba completamente atrapada.

<<Un plan perfecto, sin contratiempos y breve, toda una obra maestra>> me dije a mí misma.

Me subí por la parte externa de la ventana y observé. Ella se había quedado en mitad del salón dudando sobre qué debía hacer. Darwin se había perdido por dentro de la casa, quién sabe dónde.

Por la expresión de pánico que se dibujó en su rostro, segundos después de ver el televisor encendido, pude adivinar que aún no había reparado en que la casa estaba habitada por alguien. Se giró hacia todos los lados con la expresión de pánico aún dibujada en su rostro.

Cuando se dispuso a salir precipitadamente por la puerta que daba al recibidor se tropezó con alguien y cayó encima de él. Levantó la cabeza y observó a un chico medio desnudo con una toalla verde que le envolvía la cabeza y otra de cintura para abajo a juego con la otra. Su cara de sorpresa era idéntica a la de ella, y eso que le había avisado de que pronto la traería.

Después de treinta segundos sin reaccionar, él se levantó y se quitó la toalla de la cabeza, dejando a la vista su cabello castaño oscuro que le llegaba casi hasta la barbilla. Sus ojos grises la miraban con cierta extrañez e indecisión y, cómo no, con algo de vergüenza. ¡Vaya primer encuentro!

– Hola, soy… soy John.

– Yo Selene… yo lo siento es… el gato escapó… yo lo seguía y entró, bueno… no debería a haber entrado, no sabía que estaba ocupada…- dijo levantándose del suelo- ¿Un momento… tú eres…? ¿Nos conocemos?- dijo ya incorporada y los ceños fruncidos como si intentara recordar algo-.

– Eh… no creo. Bueno espera, me visto y te ayudo a buscarle.

– Vale… yo espero fuera- dijo ya saliendo por la puerta del recibidor que daba al exterior de la casa-.

Pero al salir por la puerta del recibidor entró por la del salón. Ella parecía desorientada, a lo que él dijo inmediatamente:

-Esto tiene una explicación.-Dijo el también asombrado por lo ocurrido-.

– ¿Seguro?

– Espera que me vista y te lo explico, de verdad… pero quédate aquí- sin decir nada más subió apresuradamente a la planta de arriba.

Ella permaneció en el salón, su rostro reflejaba una mezcla de confusión, asombro y curiosidad pero no de miedo, algo que me pareció poco común después de semejante situación. Efectivamente la curiosidad había superado con creces al miedo que pudiera experimentar en esos momentos.

Se puso a observar el gigantesco salón. Había un televisor panorámico de unas 37 pulgadas que parecía desencajar con el resto del mobiliario. Los muebles, en cambio, parecían antiguos y todos pertenecían a un mismo juego. El suelo era de madera, de un color bastante claro que contribuía a la luminosidad de la sala, y las paredes eran totalmente blancas. Al fondo había una librería de grandes dimensiones y en la esquina había un precioso piano de pared de color cobrizo. Sin duda era el piano que muchísimos años antes había pertenecido a una tal Elisabeth Lamarck cuya historia desconozco, pues a John no le gusta hablar de ello.

Eterno (John)

Era una de esas gélidas mañanas de diciembre en las que soplaban vientos fuertes. Sin embargo, en aquel mismo momento me pasó inadvertido. Había otra cosa, otra cosa que había ocupado mi mente desde hacía varios días. Se acercaba el día en que tendría que irme de allí. Había alargado demasiado mi estancia en aquella ciudad. Si no marchaba de inmediato, en dos o tres días (a lo sumo) pondría mi vida y la suya en peligro.

Deambulaba por la ciudad sin rumbo alguno. Era uno de esos paseos en los que no hay más nostalgia que la de perderse…

Al levantar la cabeza, pude observar cómo empezaba a amanecer. El sol salía otro día más para alzarse majestuosamente sobre nuestras cabezas. Ese bello astro, esa fuente de vida, me rebeló que empezaba una nueva jornada y, por lo tanto, una menos para poder liquidar los últimos detalles.

Entonces caí en la cuenta que inconscientemente me estaba dirigiendo a casa de la señorita Elizabeth Lamarck. Estaba a dos calles de la suya.

Vacilé un momento pero seguí, sabía que de todas formas ya no importaba, el daño ya estaba hecho. También era consciente que había obrado mal pero no puede evitarlo, está en la naturaleza del ser humano cometer errores… Aunque por otra parte no era escusa y yo ya había cometido demasiados, demasiados errores para un solo hombre.

En un momento dado llegué a considerar que no sería mala idea pedirle que se viniera conmigo. Si seguía yendo de un lugar a otro no pasaría nada, todo iría tal y como hasta el momento. Pero respecto a… ¿qué iba a decirle?, ¿que nunca iba a verme envejecer porque un “amable señor me concedió el don de la eternidad”?

Me parecía tan estúpido y a la vez tan cruel quererla arrastrar conmigo, junto a mi desdicha, que lo rechacé al momento.

Le diría que tenía que marcharme por trabajo. Aunque no tuviera ninguno ella no lo sabía. Me había dedicado a mentirle para no hacerle daño, lo que ahora mismo resultaba un tanto irónico, pues como he dicho el daño ya estaba hecho, empecé a hacérselo desde el día que ella trató de seducirme y yo como hombre débil que soy, cedí.

Sí, decididamente era culpa mía. Nunca debí ceder a sus encantos sabiendo que algún día debería abandonarla cruelmente después de haberle dado falsas esperanzas.

Saqué mis manos del bolsillo del gabán gris que esta amable y coqueta señorita me había regalado con tanta amabilidad e insistencia, y golpeé la puerta.

Se escucharon unos pasos que avanzaban con rapidez hacía mi dirección, de repente se detuvieron y se abrió la puerta.

-¡Caballero, qué agradable sorpresa verle por aquí! ¿A qué se debe esta inesperada visita?

Levanté la cabeza pero no puede mirarla a los ojos, no sabía por qué pero nunca me había ocurrido antes. Tal vez ella estaba empezando a importarme de verdad.

– Lamento comunicarle que debo marcharme por cuestiones de suma importancia. Mi negoció está en grave peligro, urge mi presencia allí, así que debo partir mañana temprano. – Mientras pronunciaba estas palabras cuidadosamente seleccionadas pude observar cómo su rostro se fue ensombreciendo. Pude adivinar en su mirada, reflejada en sus bellos ojos, la tristeza que empezaba a invadirla.

– Entonces vaya con Dios caballero, le extrañaré. Ha sido de grata compañía en estos arduos momentos. – Una lágrima cruzo su mejilla, y prosiguió- ¿Cree que volveremos a vernos?

– No, no lo creo. Comprenda que esto me duele a mí tanto como a usted, pero otros asuntos requieren mi presencia. –Y decía la verdad, pues esto me dolía a mí tanto o más que a ella.

Hablamos no más de media hora. Sabía que no convenía alargarlo más de la cuenta, solo le daría falsas esperanzas, porque si algo era cierto es que no tenía planeado volver allí, por lo menos en muchos años.

A la mañana siguiente zarpé en una pequeña embarcación, un velero de pequeño tamaño que se dirigía a mi destino, y no volví a saber de ella en muchos años y mucho menos volví a verla en vida.

Es cierto que al recordarla siento una especie de nostalgia, pero sonrío al pensar en todas aquellas tardes, en todos aquellos paseos y todas aquellas conversaciones. Seré sincero si digo que la amé, pero no era de ese tipo de amor que te lleva a cometer insensateces, ni apasionado, sino aquel que te retiene en un cálido y agradable ambiente en el que los días pasan parsimoniosamente proporcionándote paz y seguridad, esa paz y seguridad de las que carecí durante tantos y tantos años de mi larga existencia.

Peces de colores (Selene)

Eran más de la 3:20 y no conseguía conciliar el sueño, tan preocupada como estaba por Marcos. << ¿Cuándo cambiará este chico?>> me preguntaba. Finalmente me dejé llevar, el cansancio le ganó el pulso al sentimiento de preocupación que minutos antes me invadía por completo.

Me desperté en medio de una vasta llanura. Podía escuchar el agua correr a mis espaldas.

Me incorporé y me di la vuelta. A escasos metros había un hermoso y extenso río, el agua era cristalina, nada comparado con los ríos que había visto cerca de mi ciudad, donde el agua tenía un tono verdoso.

Tardé en percatarme que la ropa que llevaba puesta no era mía. Bien pensado, ni siquiera era de este siglo.

Alguien puso su mano sobre mi hombro. Fue entonces cuando me dí cuenta de que no era yo, o por lo menos no tenía el control. Era como si estuviera atrapada en un cuerpo extraño, como si yo solo fuese una marioneta y fuese otro quien moviera los hilos.

Entonces dije, o mejor dicho, dijo:

– ¡Estás aquí!… Te odio, te odio por marcharte… – pude sentir cómo una lágrima corría por su rostro o ¿mi rostro? No sabría describir muy bien aquella sensación tan extraña, y parpadeé para tratar de contener mis/sus lágrimas- Te creía muerto. ¿Cuánto tiempo te queda? ¿Qué te pidió esta vez?… – No reconocía para nada esa voz. Esa voz que provenía del cuerpo que yo ocupaba no era la mía, de eso estaba segura.

Entonces me di la vuelta. Sus grandes ojos grises me miraban con cierta tristeza. Ya no tenían esa chispa, esa chispa de vigor en su mirada, que pude observar la primera vez que le vi… ¿en el primer sueño?… ¡Vaya! decididamente era él. Esta vez sus ojos parecían sin vida, apagados como el faro que dejó de brillar porque ya no hay barcos a los que guiar en las frías aguas del mar, como si ya no hubiera lugar para la felicidad, como si ya no hubiera ni un mínimo atisbo de esperanza.

– Déjalo- Tomó mis manos con las suyas y se las llevo a sus labios, besándolas con suavidad-. Déjalo por favor… No me pasará nada, te lo prometo. Mi alma nunca será suya… ¿Y sabes por qué?… Porque es tuya, porque he venido a este mundo para amarte, para ser tuyo… Nunca me llevará con él… – dijo, y luego sonrió amargamente.

Entonces sostuvo mi rostro con sus manos y besó el oscuro pozo que dibujaban mis labios, y recorrí el espacio vacío que dejaban sus brazos. Entonces él se dejo caer hacia atrás y me llevo consigo. Ambos caímos abrazados en la hierba, y me susurró al oído:

– Tuyo, tuyo y siempre tuyo…

Me desperté de un salto al oír un gran estruendo. Salí de la habitación precipitadamente. El sonido provenía del salón.

Abrí la puerta y me encontré el suelo lleno de agua y la pecera volteada. Los peces de vivos colores chapoteaban en el agua derramada por el suelo. Supe cuál había sido la causa.

– ¡Darwin, ven aquí ahora mismo!- Pero Darwin se escondía.

Ojos grises

Aún estaba en un profundo sueño cuando sonó el maldito despertador. Como siempre, me despertó con un buen susto. Miré hacia él y…

– ¡Mierda, son las ocho!

Me quedé pensando un momento y recordé el sueño que había tenido escasos segundos antes. En él había un chico de hermosos ojos grises en los que podía observarse un destello, un destello de vitalidad, de fuerza, de alegría, de juventud. Este me perseguía y sonreía pícaramente corriendo a lo largo de un tramo de bosque, un bosque que jamás había visto. De repente se paró y me atrapó entre sus brazos, entonces desperté.

Empecé a repasar mentalmente mi catálogo de caras conocidas, pero no pude identificarla con ninguna. <<Aunque eso no quiere decir que no le haya visto antes>> pensé, ya que nuestro cerebro no inventa caras cuando estamos soñando. Son caras de gente real que hemos conocido a lo largo de nuestra vida, pero que la mayoría de veces no recordamos. El malvado asesino que te persigue cansinamente a lo largo de tu sueño puede ser el repartidor de pizzas al que ni siquiera le prestaste atención ese mismo día.

Cuando terminé de reflexionar, miré el reloj. Habían pasado ya cinco minutos, así que me apresuré a vestirme, me puse un pantaloncito estrecho y la camiseta del concierto al que fui la semana pasada.

A las 8:10 salí precipitadamente en dirección a la parada de autobuses que debía tomar para llegar a la Universidad. Empecé a correr como si me llevara la vida en ello. El autobús salía a las 8:15, no podía perderlo o llegaría tarde el primer día.

De camino, encontré a mi amigo Marcos actuando de una forma extraña. Miraba hacia todos lados, como si buscara algo. No me sorprendió, era habitual en él comportase de forma semejante, siempre con sus paranoias.

-¿Qué haces, Marcos?

– Nada, he venido a acompañarte a la uni.

– Gracias, pero no hacía falta. Además, ¿tú no trabajas por las mañanas?

– Emm… No, tengo el turno de tarde –Dijo mirando hacia el suelo, como cuando tenía vergüenza de contar algo.

Después de conocer a alguien durante tanto tiempo aprendes cada uno de sus gestos y su significado. En pocos segundos supe cuál había sido la razón de aquel gesto, la razón por la cual había decido acompañarme en mi primer día del segundo curso de universidad. Me detuve y él también. Sin vacilar pregunté:

– ¿Han vuelto a despedirte del trabajo?

Él enmudeció y miró hacia abajo, hecho que equivalió a una afirmación. Tras el breve silencio en el que retomamos el paso hacia la parada de autobuses, su voz rompió aquel instante de complicidad:

– ¿Y ahora qué?

<< ¿Y ahora qué?>> Eso me preguntaba yo. Respondí con sinceridad:

– No lo sé.

Marcos había abandonado sus estudios. Solo se había sacado el graduado de secundaria y se había puesto a trabajar con su hermano en el taller que antaño había pertenecido a su difunto tío, pero la crisis llegó y, como la mayoría de negocios, se vieron forzados a cerrarlo. Desde entonces había tenido ya diez trabajos en sus veintiún años -uno más que yo-. Bien por una excesiva acumulación de retrasos bien por su poca maña, no había durado en ninguno de ellos más de dos meses.

Cada despido venía seguido del mismo ritual: un silencio tras el que yo adivinaba su pesar, el mirar hacia todos lados evitando a su madre, evitando que se enterase de que había sido despedido otra vez y, por consiguiente, la fría mirada de decepción de una madre, una mirada difícil de olvidar.

Llegué unos minutos tarde a la clase que había apuntada en el tablón. Aun así muchos de los estudiantes de esta materia no habían llegado todavía y el profesor tampoco había hecho acto de presencia.

-Viva la puntualidad-dije en voz casi inaudible.

Estando en la cafetería unos chicos soltaron unas gallinas a las que hicieron competir por el corredor de la universidad, montando un gran alboroto.

– Anda que menudas novatadas hacen los del último curso. – dijo una chica a la que había visto en varias de mis clases y que se había sentado a mi lado.

– Pues sí.-Dije moviendo distraídamente la cuchara del café.

Fui directamente a casa después de acabar las clases que, aunque agotadoras, pasaron rápido.

Al abrir la puerta, mi gato Darwin vino corriendo hacia mí. Era prácticamente blanco a excepción de sus orejas manchadas de gris y marrón, una manchita que tenía en la nariz a la altura de sus ojos, sus patas también marrones y el extremo de la cola, que era de color negro. Sus ojos eran grandes y redondos de un pálido azul, semejante al de la gélida escarcha.

La mañana siguiente no recordaba haber tenido ningún sueño, cosa que me desilusionó, pues desde pequeña escribía los sueños que había tenido, todos y cada uno de ellos en un librito de tapas duras de color azul. Nunca había escrito un diario, pero aquello era lo más parecido que había hecho. De una forma u otra estaban llenos de significado, mostraban mis miedos, mis ilusiones y los lugares más recónditos de mi mente.

Cuando llegué a casa el segundo día de clases, me sentía sin fuerzas y me tumbé en la cama. Todo a mi alrededor daba vueltas.

De repente allí estaba, en el mismo lugar del sueño anterior, en un bosque de un maravilloso verde intenso. El aire era fresco y podía oler a humedad. Había llovido unas horas antes.

En un primer instante me había dado la impresión de que aquello era real, pero sabía que era un sueño, pues escasos minutos antes estaba en mi habitación.

Percibí un sonido detrás de mí, el crujir de unas ramas que se astillaban. Me apresuré a darme la vuelta pero fue en vano, detrás de mí no había nadie, ni nada.

Escuché la melodía que llevaba puesta en el móvil, me sobresalté y desperté. Mi corazón latía desbocado. Me levanté aturdida y respondí a la llamada. Era Marcos.

– Hola, Selene, ¿a que no sabes qué me ha pasado?- dijo con una voz que sonaba extremadamente ilusionada.

Tardé en reaccionar, por lo que insistió de nuevo.

– ¿Qué te ha ocurrido?- Le pregunté.

Después de un cuarto de hora al teléfono hablando con Marcos, o mejor dicho, después de que él hablara, ya que no me permitió articular ni media palabra contándome emocionado que le habían dado una segunda oportunidad y que mañana mismo volvería al trabajo, bajé al salón, cené y renové las reservas del bol de comida de Darwin, que se lanzó hambriento a su encuentro.